Vuelve a arder Toysal: el humo de la negligencia recorre Vigo

Vuelve a arder Toysal: el humo de la negligencia recorre Vigo

Vuelve a arder Toysal: el humo de la negligencia recorre Vigo.

Un nuevo episodio negro en O Caramuxo vuelve a sacudir la gestión de residuos en Galicia

A las diez de la mañana, cuando muchos apuraban el café del domingo y otros dormitaban la modorra de la jornada anterior, una columna de humo negro y denso empezó a rasgar el cielo de Vigo como una amenaza imponente. Provenía del polígono de O Caramuxo, concretamente de la nave de Toysal, la empresa que se encarga de gestionar el Punto Limpio del Concello y que, para desgracia de todos, vuelve a protagonizar una crónica que ya huele a repetida.

Porque no es la primera vez. Ni será, mucho nos tememos, la última. El fuego, con la arrogancia de quien sabe que no será contenido a tiempo, se coló en las instalaciones de esta planta dedicada al tratamiento de residuos industriales y la envolvió con furia, como si quisiera limpiar lo que otros ensucian sin pudor. La humareda se hizo visible desde varios rincones de la ciudad, e incluso desde la otra orilla de la ría. Vigo, una vez más, miraba hacia O Caramuxo con temor, rabia y resignación.

La respuesta: sirenas, agua y sospechas

Dos camiones del cuerpo de bomberos se desplazaron con premura. No hubo duda. Se activó el protocolo habitual. Sirenas, mangueras y caras de fastidio. La Policía Nacional, presente. El Seprona de la Guardia Civil, también. Porque no hablamos de un fuego cualquiera, sino de uno que afecta a una instalación cuya actividad se supone supervisada, regulada y sujeta a controles medioambientales. Y cuando el humo negro nace de residuos industriales, la cosa deja de ser simplemente un susto para convertirse en una investigación judicial.

Los agentes del Seprona tienen ahora la papeleta de abrir diligencias y trasladarlas a la Fiscalía de Medio Ambiente, como marca la ley cuando un incidente así ocurre en un entorno de gestión de residuos. Pero mientras ellos recogen pruebas y redactan informes, el resto asistimos, con impotencia, a una película que no deja de proyectarse.

¿Cuántas veces más?

La pregunta flota en el ambiente como las cenizas del incendio: ¿cuántas veces más? ¿Cuántas alertas más necesita una ciudad para entender que hay infraestructuras que no pueden estar al borde del colapso? Porque cada vez que una chispa salta en Toysal, no sólo arden residuos; arden también nuestras expectativas de tener una gestión medioambiental seria, profesional y, sobre todo, responsable.

Y sí, en un entorno como este, donde los materiales inflamables son parte del paisaje cotidiano, tener un buen extintor de polvo no debería ser una opción, sino una obligación. Porque hablamos de instalaciones que, por su propia naturaleza, requieren no solo medidas reactivas, sino sistemas de prevención diseñados al milímetro.

El extintor de polvo, por su eficacia en fuegos clase A, B y C, se convierte en el aliado silencioso que podría marcar la diferencia entre un susto y una tragedia. Es ligero, versátil y altamente efectivo frente a líquidos inflamables, equipos eléctricos y residuos químicos. Sin embargo, su presencia no parece haber hecho mella suficiente en este tipo de instalaciones, donde el fuego siempre encuentra un resquicio para colarse.

Lo que cuesta prevenir frente a lo que cuesta apagar

Quizá parte del problema esté en lo de siempre: el coste. El precio extintor 6 kg, ese modelo habitual en entornos industriales, ronda en el mercado entre los 35 y 60 euros, dependiendo de la marca y certificaciones. Una cifra ridícula frente a los miles de euros en daños materiales, las horas de intervención, el riesgo para los trabajadores y la alarma social que generan este tipo de incendios.

Es el típico caso de ahorro mal entendido. Porque prevenir no es un gasto: es una inversión. Una inversión en seguridad, en reputación y en tranquilidad. Y si alguien todavía necesita hacer cuentas, que revise las facturas del día de ayer, que sume los costes operativos del despliegue de medios y que evalúe el impacto mediático para una empresa que ya no sabe cómo limpiar su imagen.

Obligatorio tener un extintor

¿dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor? La legislación española no se anda con rodeos: todas las actividades industriales y comerciales están obligadas a contar con extintores, cuyo número, tipo y ubicación dependen de la superficie, la actividad desarrollada y el riesgo asociado. En naves industriales, como la de Toysal, el Reglamento de Seguridad contra Incendios en Establecimientos Industriales (RSCIEI) es tajante.

Deben existir extintores portátiles accesibles a no más de 15 metros de distancia desde cualquier punto, con mantenimiento periódico y señalización visible. Lo mismo ocurre en espacios públicos, oficinas, garajes y viviendas comunitarias, donde el riesgo puede parecer menor, pero las consecuencias son igual de graves si no se actúa con rapidez.

Un fuego que deja cicatriz

El incendio de ayer ha vuelto a dejar una cicatriz en la piel industrial de Vigo. Una más. Porque lo que se ha quemado no son sólo residuos. Se ha quemado también parte del compromiso institucional con el medio ambiente, parte de la confianza ciudadana y parte de la credibilidad de un sistema que permite que lo extraordinario se convierta en rutina.

No hablamos de mala suerte. Hablamos de negligencia repetida, de falta de controles, de desinterés en cumplir la normativa. Y eso, en una ciudad como Vigo, con una ciudadanía cada vez más exigente en lo ecológico y medioambiental, resulta inaceptable.

Una ciudad que no olvida

Vigo no olvida. No olvida el humo que cubre su cielo, no olvida el miedo de quienes viven cerca del polígono y no olvida los silencios administrativos ante estos episodios. La empresa Toysal deberá responder, como tantas otras veces, ante la justicia, pero también ante la opinión pública.

Y mientras eso ocurre, quizás sea momento de replantearse muchas cosas. Empezando por reforzar la seguridad, revisar protocolos y asegurar que, al menos, la próxima vez que salte una chispa, haya un extintor operativo a tiempo.

Porque lo que arde, si no se apaga con decisión, termina calcinando mucho más que un galpón.