El fuego, ese viejo conocido al que nunca debemos subestimar

El fuego, ese viejo conocido al que nunca debemos subestimar

El fuego, ese viejo conocido al que nunca debemos subestimar

Veinte años después del incendio del Edificio Windsor, España sigue jugando con fuego

Han pasado dos décadas desde que las llamas consumieran el Edificio Windsor en Madrid, dejando al descubierto nuestras vergüenzas urbanísticas y normativas. Veinte años, y aún nos seguimos preguntando si hemos aprendido algo. 

Con motivo de este fatídico aniversario, el Observatorio de Nuevos Riesgos de Incendio (OBS) ha publicado un manifiesto que clama, con la fuerza de quien ya no puede callar más, por un cambio regulatorio urgente que frene la propagación del fuego a través de las fachadas de nuestros edificios. Porque no se trata de conjeturas ni de hipótesis: se trata de realidades que pueden arder cualquier día, a cualquier hora.

Hay cosas que no esperan, y el fuego es una de ellas. No avisa, no negocia, no tiene compasión. Por eso, la protección contra incendios en edificios no es un lujo, sino una necesidad inaplazable.

El manifiesto que sacude conciencias dormidas

El documento impulsado por el OBS no es un simple texto técnico. Es un aldabonazo en toda regla. Una advertencia con acento grave: o ponemos orden en nuestras fachadas, o nos encontraremos otra vez mirando cómo un esqueleto de acero se desploma ante nuestros ojos. Según datos recogidos por este organismo, más de 26.000 incendios se producen cada año en viviendas de nuestro país, de los cuales una parte alarmante se ve agravada por materiales combustibles instalados en la envolvente de los edificios.

¿Qué parte de “esto puede pasarle a cualquiera” no hemos entendido?

El drama no está solo en la combustión. Está en el diseño, en los materiales, en la falta de mantenimiento, en la desidia normativa y en la ausencia de cultura preventiva. Lo que arde no es solo la pintura o el poliuretano; lo que se consume es nuestra confianza en que todo está controlado.

Materiales peligrosos: una bomba de relojería instalada a conciencia

Las fachadas ventiladas con materiales termoaislantes de baja resistencia al fuego están por todas partes. Son bonitas, funcionales y baratas. También son un peligro. El manifiesto del OBS pide que estas soluciones constructivas sean revisadas con rigor, y que se establezcan normativas vinculantes que prohíban la utilización de materiales que, frente al fuego, actúan como auténticas mechas verticales.

Mientras tanto, en muchos edificios —públicos y privados— se continúa apostando por sistemas constructivos que no superan los ensayos básicos de reacción al fuego. Una elección que puede terminar costando vidas.

Y aquí entra un factor que muchas veces se ignora por pura comodidad: el equipamiento básico de prevención. ¿Cuántos edificios cuentan con extintores accesibles y operativos? ¿Cuántos están revisados? ¿Quién se ocupa de saberlo?

Más allá del diseño: la importancia de contar con equipos adecuados

Hablando de equipamiento, hay una pregunta que no podemos obviar: ¿cuánto cuesta protegernos? Porque cuando hablamos de prevención, siempre surge el asunto del precio extintor. Hay quien considera que instalar extintores en cada planta, en cada oficina, en cada hogar incluso, es un gasto innecesario. Hasta que el fuego aparece. Entonces el precio parece irrisorio frente al desastre.

Y es que un extintor no es un adorno rojo colgado en la pared. Es la primera línea de defensa. El aliado silencioso que puede contener un conato antes de que se convierta en tragedia. Pero claro, eso exige formación, mantenimiento, revisión, y sobre todo, conciencia. La misma conciencia que aún brilla por su ausencia en demasiadas comunidades de vecinos, centros educativos o pequeños negocios.

La falsa economía de ignorar lo evidente

En este punto, es inevitable detenerse en otro dato revelador: muchos propietarios y administradores de fincas siguen dando largas al asunto de los sistemas antiincendios por una sola razón: el coste. El precio extintores, en plural, les parece excesivo. Prefieren correr el riesgo. O lo que es peor: prefieren confiar en que “eso aquí no pasará”. Una lógica tan peligrosa como la de conducir sin frenos esperando que no haya semáforos.

Obligaciones legales: no es una opción, es la ley

Ahora bien, llega el momento de mirar el marco legal. Porque más allá del sentido común, existen normas. Y conviene recordarlas. ¿Dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor? Pues bien, según el Código Técnico de la Edificación (CTE) y la normativa de instalaciones de protección contra incendios (RIPCI), los extintores son obligatorios en comunidades de propietarios, en garajes, en locales comerciales, en edificios de oficinas, en centros de enseñanza, en hospitales y, por supuesto, en naves industriales.

Además, deben instalarse en lugares visibles, accesibles y a una distancia máxima de recorrido de 15 metros. No es una sugerencia. Es una exigencia legal. Pero, como todo en este país, hay quien la cumple y quien la ignora con olímpica indiferencia.

Educación, inspección y sanción: el tridente imprescindible

La prevención no se construye solo con ladrillos ignífugos. Se construye con educación. Con inspecciones periódicas que no se limiten a rellenar informes. Con sanciones reales a quien incumpla. Porque de poco sirve un reglamento si no se aplica con firmeza.

La cultura preventiva no debe depender de un sobresalto mediático cada vez que se calcina un edificio. Debe ser continua, sistemática y —sobre todo— interiorizada. Que los colegios hablen de fuego sin tabúes. Que los administradores de fincas se formen. Que los vecinos pregunten. Que el extintor no sea un extraño al que nadie toca.

Hacia una normativa sin parches ni excusas

El manifiesto del OBS no pide milagros. Pide sentido común. Propone que se revise la clasificación de los materiales empleados en fachadas, que se obligue a cumplir con los ensayos de resistencia al fuego, y que se establezca un control técnico exhaustivo y transparente en los proyectos de edificación. Porque no es normal que un país como España, con un parque inmobiliario envejecido y vulnerable, no haya adaptado todavía sus normas a los estándares internacionales más exigentes.

Y, lo que es peor, seguimos aplicando reformas estéticas antes que estructurales. Seguimos mirando para otro lado. Hasta que la sirena suena. Hasta que el humo lo inunda todo. Hasta que es tarde.

Apagar el fuego antes de que exista

El fuego seguirá existiendo. Lo que podemos hacer es evitar que nos arrase. Para eso hay que actuar con decisión, sin más dilaciones. Veinte años después del Windsor, ya no valen las excusas. Necesitamos una legislación clara, una vigilancia real, una conciencia social activa. Y, por supuesto, equipos adecuados y en buen estado, como extintores que estén donde deben y funcionen como se espera.

La próxima gran tragedia no se evitará con lamentos ni homenajes. Se evitará con acción, con inspecciones rigurosas, con materiales seguros y con un compromiso firme de todos los actores. Porque el fuego no perdona, y la prevención no se improvisa.