La noche del martes no prometía más que la rutina: el ruido de las tazas, el hervor de las ollas y el murmullo de una televisión encendida en el fondo. En la calle Carlos Velo, en el barrio de Barrocás, Ourense, una vecina se entregaba a su costumbre, anodina como todas las que preceden a un desastre. Calentaba cera en una olla para depilarse, como lo había hecho tantas veces. Pero esta vez, el azar, ese bastardo cruel, le guiñó el ojo con fuego. La cera se desbordó, chispeó con furia y se convirtió en llama.
La normativa olvidada en las campanas de cocina
El fuego, como suele hacer, no pregunta. Avanza. Se enrosca. Se alimenta de lo que encuentra, y en esta cocina encontró grasa, calor y una campana extractora desprotegida. Aquí es donde conviene recordar —aunque a veces lo hagamos demasiado tarde— la existencia de la normativa extinción campanas de cocina, que establece no solo las recomendaciones, sino las obligaciones legales para evitar que las llamas conviertan una cena en una crónica de sucesos. Esa normativa que exige sistemas de detección y supresión, mantenimientos periódicos y responsabilidad civil.
Sistemas que deberían ser invisibles, pero presentes
Lo más eficaz contra el fuego no es el bombero que llega, es el sistema que actúa antes de que le llamen. Las cocinas, sobre todo las de locales de hostelería, deberían contar con un sistema extinción automática campanas extractoras que actúe con precisión quirúrgica ante un conato. Este tipo de instalaciones pueden detectar altas temperaturas, cortar el gas y liberar un agente extintor específico que sofoque el fuego en segundos. Es una inversión que se amortiza el día que no te despiertas entre llamas.
Villaverde, el humo y los vecinos que huyeron a medianoche
El caso de la vecina de Barrocás no es un hecho aislado. En Villaverde, Madrid, un incendio declarado en un bar obligó a evacuar de madrugada a decenas de vecinos. La noticia, recogida en este medio, puede consultarse aquí incendio en bar en Villaverde. El fuego se originó en la cocina del local y se extendió a los pisos superiores, atrapando el aire en un torbellino de hollín y miedo. La falta de medidas preventivas adecuadas, una vez más, convirtió un foco controlable en una amenaza para todo un edificio.
Cuando el extintor en el rellano salva una vida
Volvamos a Barrocás. Cuando los bomberos llegaron, encontraron que el fuego ya había sido contenido. No fue magia, fue un extintor. Uno que estaba en el rellano. Uno que muchos hubieran retirado por molesto, por feo o por creerlo innecesario. Pero esa mujer, aún con el susto en el cuerpo, supo cómo usarlo. Lo aplicó con tino, con desesperación y con ese conocimiento que a veces sólo aflora cuando el peligro enseña los dientes. Los bomberos ventilaron la casa. El humo se fue. El miedo no tanto.
La delgada línea entre una anécdota y una tragedia
Podríamos decir que fue un susto. Pero sería faltar a la verdad. Fue una advertencia. Porque los incendios domésticos por cera, por aceites, por hornillos olvidados, son más frecuentes de lo que se cuenta. Y cada uno de ellos podría haber sido evitado con un sistema automático, un extintor cargado, o una normativa cumplida. No hablamos de burocracia, hablamos de responsabilidad. El fuego no distingue entre casas humildes o lujosas. Devora con la misma saña.
La educación ignífuga que nos debemos
¿Se enseña en los colegios cómo actuar ante un incendio? ¿Saben los adolescentes cómo se usa un extintor? ¿Cuántos propietarios de bares hacen simulacros con su plantilla? La prevención contra incendios es una asignatura pendiente que no aparece en los libros, pero sí en las estadísticas. Y cada cifra es una vida, una casa, un negocio. Es hora de educar con fuego sin quemarse.
Códigos, leyes y realidades inflamables
No basta con legislar. Hace falta inspeccionar, exigir, castigar si es necesario. Las normas existen, pero su cumplimiento no siempre se verifica. Un extintor sin revisión es tan útil como una linterna sin pilas. Un sistema de supresión sin mantenimiento es un adorno. Los locales de restauración, por ley, deben cumplir protocolos específicos, pero también los hogares deberían aspirar a una cultura de la seguridad activa. No por obligación, sino por sentido común.
La responsabilidad colectiva, el deber individual
Cada incendio es un espejo que nos devuelve la imagen de lo que no hicimos. El dueño que no instaló el sistema, la comunidad que no exigió revisión, el proveedor que vendió material obsoleto. La cadena de fallos siempre comienza antes de la chispa. Por eso, más allá del seguro, más allá de la indemnización, debería quedar la conciencia. Porque apagar el fuego es un acto, pero prevenirlo es un compromiso.
Extintores visibles, útiles y respetados
El extintor no es una figura decorativa. No es un adorno en la pared para que se vea que «algo hay». Es un instrumento de vida. Y debería ser tratado como tal. Con respeto. Con revisiones. Con accesibilidad. Los rellanos, las cocinas, los garajes, los trasteros: todos los espacios compartidos deberían contar con uno. Y no esconderlo. Y no dejar que caduque. Porque el día que lo necesitas, no hay tiempo para lamentos ni para leer instrucciones.
Conclusión: del humo al aprendizaje
La mujer de Barrocás apagó el fuego. Salvó su casa. Y nos dejó, sin saberlo, una lección que deberíamos tatuarnos en la memoria: el fuego llega cuando quiere, pero tú decides si te encuentra preparado. Lo de Villaverde nos recuerda que no siempre hay tiempo. Que evacuar de madrugada a decenas de vecinos no es un ejercicio, es un drama. Y que todo pudo evitarse si se hubiera invertido antes, si se hubiera revisado a tiempo, si se hubiera cumplido la ley. Los incendios no son accidentes. Son el resultado de una cadena de decisiones. Hoy, aún estamos a tiempo de tomarlas bien.