La madrugada trajo humo, no rocío. Eran las 6:57 cuando una llamada desesperada quebró el silencio en la Ruta Complementaria “C”, kilómetro 30, donde se alza, o se alzaba, la Estancia Los Flamencos. El fuego, hambriento, no dejó nada sin morder. Bomberos de Policía y Voluntarios llegaron con valentía, enfrentando el infierno. Lograron extinguirlo. Pero el alma de la estancia ya se había evaporado, quemada en el corazón de su cocina.
Un humo que lo cubre todo
Dicen que fue accidental. Lo dijo Protección Civil, como quien da una noticia sin saber que está narrando una pequeña muerte. El comedor, que tantas risas guardó, fue la cuna de las llamas. No hubo heridos, pero sí un silencio denso, un duelo mudo. Aquella cocina ya no calentará manos ni corazones. La estructura cayó, pero aún quedan cenizas que parecen susurrar lo que fue.
Cuando el fuego no avisa
Nadie espera el fuego. Llega sin tocar la puerta, y cuando uno se da cuenta, ya es tarde. Un extintor CO2 podría haber cambiado la historia, al menos retrasado la furia del incendio. Pero en tantos lugares, aún se subestima su poder. La prevención no es lujo, es necesidad. No todo se salva, pero algo sí. Y eso, en días oscuros, lo es todo.
La importancia de estar preparados
No es la primera vez que el fuego arrasa sin piedad. Y aún así, pocos hogares cuentan con un extintor al alcance. La estancia ardió sola, rodeada de campo y ecos. El siniestro dejó una enseñanza triste: prevenir no evita la tragedia, pero puede mitigar su crueldad. Ojalá las llamas no se lleven más memorias donde sólo debería haber calor de hogar.
